Hace una semanas coincidí con una responsable de recursos humanos de una gran empresa. Hablando de varios temas me comentó la percepción que tenía de las sesiones de coaching como algo que hacían los directivos. Me quedé asombrada, sobre todo porque no esperaba que alguien cuya labor es atender a las personas en las organizaciones tuviera esa percepción.
Indagando más en el tema, ella me decía que en su empresa todo lo relacionado con el crecimiento y desarrollo personal para ampliar las competencias profesionales, era un ámbito exclusivo de directivos y altos ejecutivos. El tema me ha tenido enganchada porque desde mi mirada, el coaching es una herramienta para todas las personas, independientemente de su rol profesional o del ambiente en el que quiera desarrollarse.
De hecho, el coaching tuvo su aparición para dar servicio a los deportistas. Fue una manera de acompañarles para explorar su dificultades, sus límites y ayudarles a ponerse pequeñas metas que pudieran ir midiendo sus progresos en lo deportivo. Y esto tiene sentido, porque la mente (al igual que el cuerpo y la emoción) nos la llevamos a todas las actividades que realizamos, ya sean personales, profesionales o de ocio, e influye de manera constante y repetida en nuestras acciones. Con lo cual, si trabajamos con ella, si le ponemos las cosas fáciles, si le abrimos nuevos horizontes, es probable que nos devuelva un bienestar que influya directamente en la actividad que queremos realizar de manera diferente, en las metas o hitos que nos propongamos. Y básicamente para eso es una sesión de coaching. Es cierto que el nombre está bastante "sobado" e incluso me atrevería a decir "pervertido"... pero lo cierto es que es solo un nombre, una etiqueta, un concepto mental que puede cambiar, y esa es mi intención con este post.
Una sesión de coaching puede estar más o menos estructurada si seguimos los preceptos de algunos autores y maestros del tema, pero en el fondo es una conversación. En una conversación uno habla y otro escucha. Cuanto más atención prestemos a escuchar y más conciencia pongamos en lo que decimos, más riqueza nos llevaremos de ese espacio conversacional. Sí que es cierto que esta conversación tiene algunas pautas que son interesantes observar, y que pueden hacer de esta conversación algo realmente significativo y transformador.
En una sesión de coaching, el coach abre un espacio de conversación donde básicamente su trabajo va a ser preguntar. Y en contraposición, la labor del cliente va a ser responder. Así de sencillo. Todo lo que se construye alrededor de esta pregunta-respuesta, todos los adornos, ceremonias, rituales, normas etc... son añadidos que no deben cegar ni hacer olvidar que la piedra angular de la sesión es la conversación, la pregunta-respuesta, dirigida hacia un tema, con la vista puesta en obtener un beneficio, pero sobre todo una conversación.
Con este concepto muy claro, los temas que se pueden abordar son infinitos, personales o profesionales, grandes o pequeños, bloqueos o deseos, necesidades o sueños, individuales o de grupo. Casi todo lo que puedes imaginar cabe en una sesión de coaching, porque cabe en una conversación entre dos personas.
También diré que el compromiso del cliente es importante para el éxito de estas conversaciones, igual que lo es para el deportista que busca mejorar su rendimiento. No todos los clientes necesitan mejorar, algunos buscan desbloquear pensamientos que les hacen estar estancados; otros quieren sentirse más libres para dedicar su tiempo a espacios de ocio; hay quienes necesitan entender a sus compañeros de trabajo o equipo para ser más eficaces. Las posibilidades son muy grandes porque los espacios de conversación son muy poderosos. Somos seres sociales y la conexión es un nutriente básico para nuestro desarrollo, y la conversación es el espacio más sencillo donde encontrarlo.